Ya va camino de los ocho años...
Después de pasar un duro invierno, en un pueblecillo de la montaña leonesa, pelando palos, me encontré con una tabla de madera de haya, con la que no tenia mucha idea de lo que haría con ella, después de darle vueltas y mas vueltas, y a falta de las herramientas adecuadas, no se me ocurrió otra cosa que sacar filo a un destornillador, y calcar un dibujo, que anteriormente había impreso en el ordenador.
Martillo en mano y destornillador afilado me puse a forgar madera..., lo que hace la ignorancia en ciertas materias..., hoy por hoy, lo primero que enseño a mis alumnos es, que no empiecen con maderas muy duras, pues desesperarían y se cansarían de la talla antes de que se viera en la tabla el mas mínimo atisbo de lo que podía llegar a ser, pero como soy como soy, forgando, forgando, salio esto...
Horas de machacar y afilar aquel destornillador, que desapareció a golpe de esmeril y martillo.
A este pajarillo le tengo un gran cariño, tanto es que se lo regale a mi madre, sabiendo, que de alguna manera seguirá estando entre nosotros por muchos años y generaciones, ella orgullosa lo luce en la pared de su sala, y yo, si cabe, aun mas orgullosa lo contemplo en las visitas a mis progenitores.